A menudo creemos que todo va bien
en nuestra vida, pues tenemos un trabajo, los estudios, una vida social buena (creemos
que tenemos amigos de verdad), que no nos portamos mal (según nuestros propios
criterios o mejor dicho los criterios del mundo de hoy), y eso basta. Pero
nunca nos sentamos a ver nuestra propia exigencia interior. Y es que en el
fondo sabemos que nuestro corazón “siempre” anhela algo más para ser felices. Y
cuando ese algo quiere empezar a gobernar nuestra vida, insertando en nuestro
corazón criterios que de verdad nos podrán hacer verdaderos hombres (dejar
vicios, alejarnos de ciertas ambientes y personas, pensar diferente, etc.), no
permitimos que moldeé nuestra vida según su plan, simplemente no nos gusta, cerramos
la puerta a asumir esa nueva vida y le damos la espalda.
Y efectivamente todo cambio
cuesta, y en muchas ocasiones duele mucho, pues ese hombre viejo al que
queremos dejar se aferra mucho más a nosotros cuando descubre nuestras
intenciones de vivir santamente.
Y entonces toca preguntarnos si
quiero ser alguien que solo CREE QUE ACTUA BIEN frente a los criterios del
mundo o tener la certeza total que estoy llevando una VIDA DIGNA DE MERECER LA
ETERNIDAD, EL CIELO.
Durante este tiempo vengo
descubriendo que conformarme a la figura del Señor Jesús, verlo a él como
modelo de perfección en sus acciones, gestos y palabras, debe ser la medida
para todos mis actos: perdonar, corregir, mirar, hablar, escuchar y sobre todo
"AMAR".
Alfredo.