martes, 28 de diciembre de 2010

Un amor real

Llego un momento en la vida de Martín que las cosas se habían salido de control. Conoció a una persona de la cual creyó estar enamorado, y creyó que podía controlar ese sentimiento. Ambos entraron en una etapa llena de mentiras hacia ellos, Dios, y a la propia creación. Dejo de formar su espiritualidad, dejó de pensar en las cosas bellas del amor y aquellos detalles hermosos que lo alimentan. Vivió una carrera por avanzar lo más pronto posible con esa persona; por vivir aspectos que sólo una pareja bien consolidad podía vivir. Y al final, todo ello se derrumbó, con el alejamiento de ella, con ese “no” al ofrecimiento de Martín por querer donarle su vida.

La desesperación sumergió a Martín en una profunda tristeza, que lo llevo a cuestionar su posición en este mundo, y de cuál era su camino. Renegó de cada instante que le tocó y le tocaba vivir.

Al pasar las semanas una señal en su camino lo hizo voltear la cabeza para mostrarle que ciertas cosas que había querido rechazar, lo seguían acompañando. Y decidió seguirlas escuchando. Y la esperanza por una vida feliz le fue ofrecida. Y la oración empezó a convertirse en parte fundamental de su vida.

A su vida ingreso esa exigencia de felicidad que su corazón lo llamaba a cumplir. Una exigencia que le pedía dejar y olvidar aquel hombre viejo que tanto lo atormentaba y lo desordenaba. Y aunque la espera fue muy larga, su silencio la maduró.

Hoy, que la luz venció a las tinieblas y el plan de amor se cumplió, Martín ve renacer en su corazón una esperanza de felicidad, ve la posibilidad de ver cumplida esa exigencia. Es que primero ha llegado a amar con todo su ser a quien dio su vida por él hace miles de años, y tras un indiscriminado examen de conciencia, supo comprender que la fe trajo hacia él aquel amor verdadero, comprendió que “el amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tienen en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad. El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.”(San Pablo)

Hoy, asume nuevamente esa alegría, pues la presencia de esta caricia de Dios, a pesar de que no sabe mucho de ella, no comprende mucho de ella…a Martín le alegra su presencia. Su corazón dibuja una sonrisa en su rostro cada vez que ella está a su lado.

Martín percibe que este si es un "Amor real". Pero también sabe que la lucha continua, pues cada instante el enemigo esta pendiente de cualquier descuido.

jueves, 9 de diciembre de 2010

Llegó, enseñó y se fue.

Cuando Roberto tuvo en brazos a Gabriel por primera vez, sintió como el mundo desparecía a su alrededor. Que todo lo que tenía sentido para él, antes de ese hecho, no tenía sentido nunca más. Tenia a su hijo en brazos, y su corazón se regocijado de alegría, latió a mil por hora en unos cuantos segundos. El ser más esperado por él, había nacido.

Gabriel, fue el nombre que escogieron Milagros y Roberto para su bebé y es que no iban a equivocarse, pues su llegada anunciaría una crisis en su vida, muy profunda.

Al pasar los meses, Gabriel fue expresando ciertas deficiencias para poder realizar actividades que normalmente podía hacer un niño de su misma edad. Ya había cumplido el año y sus brazos no eran lo suficientemente fuertes para que pueda avanzar gateando más de 5 metros. Y no mostraba signos de querer caminar. Los médicos aún no querían dar un diagnostico exacto de lo que podía pasar con él, pues era muy pronto, argumentaban.

Llegado el año y medio, empezaron los exámenes, y tras varias sesione en pediatría, neurología y traumatología, el diagnostico fue rotundo y final. El pequeño Gabriel, tenía "distrofia muscular infantil". Una enfermedad que degeneraría poco a poco sus músculos, produciendo que estos jamás se desarrollen correctamente, y que el pequeño pierda las fuerzas de sus extremidades cada vez mas.

La noticia fue rechazada por Roberto, no quiso aceptar que el hijo que había esperado con tanto amor, tenga esta enfermedad. Ahora, después de tantas noches velando y cuidando su sueños, lo veía como un ser extraño, como un error de cual no quería hacerse cargo. Los problemas empezaron a surgir con Milagros, pues la desidia con la que trataba el tema de la enfermedad de su hijo era insoportable para la madre, quién también sufrió cierta decepción al saber la noticia; pero su ser, su sentido maternal impidieron que este sentimiento tenga raíces. Y decidió luchar por sacar adelante a su hijo. Actitud que contrastaba totalmente con la de Roberto.

Ambos discutieron constantemente con respecto al cuidado del bebe, pues Milagros necesitaba salir a comprar en ciertas ocasiones, y no podía llevar a su hijo. La actitud de Roberto se había convertido en una negación total a la existencia de aquella criatura, cuando ella le solicitaba que lo cuide.

Así fueron pasando los meses. Milagros de pronto cayó en cama, los médicos no encontraban la causa de su estado, de pronto empezó a bajar de peso, las fuerzas empezaron a faltarle, y las pocas que le quedaban las ofrecía día y noche al cuidado de sus bebe, que ya con dos años y medio, por lo menos podía sentarse derecho. Por otro lado, Roberto cuidaba de ella, siempre estaba pendiente por las noches de ella. Al regresar del trabajo lo primero que hacía era ir a verla, y la mayoría de veces la encontraba dormida, y en sus brazos, aquel hijo que él aún rechazaba.

La salud de Milagros empeoró. Fue necesario hospitalizarla, sin saber que nunca más regresaría a su hogar, ni vería más a su bebe. La madre de Roberto se llevo a la criatura, y lo cuidó tan bien como Milagros lo hacía, mientras a ella la vida se le iba apagando.

Y sucedió así, una mañana que Roberto llega al hospital, la triste noticia derrumbo todas sus ilusiones. "Milagros había muerto durante la madrugada". Después del entierro Roberto pasó varios días sumergido en un profundo dolor, el más grande que había podido experimentar.

Cierto día tocaron a su puerta, era su madre, quién en brazos le traía a "su hijo". Roberto sólo atino a decirle que lo deje en el cuarto, dentro de la cuna. El pequeño Gabriel ya contaba con 3 años, y cada vez necesitaba más ayuda, para poder movilizarse. Es por eso que su abuela decidió quedarse con ellos por un buen tiempo, mientras la situación emocional de Roberto mejoraba.

En los días y meses posteriores Roberto fue descubriendo algunas circunstancias que hicieron mella en su forma de pensar sobre su hijo. Tuvo la obligación de ayudarlo a comer, a lavarse, a ir al baño, y otras actividades que nuestra propia humanidad nos solicita. Y en ese transcurrir, Roberto fue descubriendo que el pequeño Gabriel, con el pasar de los meses iba adoptando los gestos y las facciones de su madre, de la esposa de Roberto.

Pero descubrió también que aquel pequeño poseía la habilidad de hacerlo sentir lleno de vida, con muchas fuerzas. Siempre que él se lo permitía, y el pequeño lograba acariciarle alguna parte de su rostro, Roberto sentía una paz interior muy grande, una energía recorría por su cuerpo. El rechazo hacia el pequeño Gabriel había disminuido. Llegó un momento en el que Roberto no podía dejar de hablar de su hijo, de su futuro, de las opciones que tenía en esta vida a pesar de su enfermedad, estaba aprendiendo mucho sobre aquella enfermedad. Su madre sólo lo observaba, complacida con el hijo que tenía "ahora", convertido en el padre que debía ser.

Cada domingo por la mañana, después de misa, Roberto llevaba a su hijo a ver el mar, lo sentaba en su coche de tal manera que podría ver la extensa masa de agua. El pequeño ya había empezado a hablar y estaba cerca a los 4 años y medio. Y como el corazón de Roberto se regocijaba de amor cuando escuchaba la palabra "papá" salida de los labios de ese pequeño ser; pero gran ejemplo de vida para él. Roberto conversaba con él, le explicaba muchas cosas acerca del mundo, acerca de vida, acerca de ellos. Gabriel, como un alumno, concentrado y sin perder la mirada y los labios de su padre, escuchaba como es que aquel hombre tan culto, le absolvía todas las dudas que tenía.

Llegó el día del bautizo de Gabriel, y el corazón de Roberto no podía contener la alegría de ver a su pequeño hijo recibir la bendición y el ingreso a ese primer sacramento, que lo confirma como hijo de aquel que le dio la vida a ambos.

Pero aquellos meses de ardor en el corazón por el más profundo amor, se vieron empeñados con las repentinas idas y vueltas del hospital. Pues al pequeño al Gabriel sus órganos ya le habían empezado a fallar, era una de las consecuencias de tal enfermedad, tal vez la más triste y dolorosa.
Pero para Roberto todo esto le causaba una consternación terrible, pues a pesar que los médicos, con los exámenes que le hacían a su hijo, decían que todos sus órganos estaban muy mal, el pequeño no mostraba signos de tener grandes molestias, por el contrario, cuando Roberto iba al hospital a verlo, cada vez lo veía con mas vitalidad, e inclusive le pareció que había ganado más fuerzas en sus brazos y piernas, pues lo sentía en sus abrazos. Roberto, se sentía el padre más orgulloso del mundo, pues su pequeño estaba luchando, y no se dejaba amilanar por una simple enfermedad.

A así como Gabriel llego a su vida, para anunciarle que su vida no sería igual después de su llegada, de igual manera se fue, anunciándole que todo cambiaba para él.
Una mañana, así como lo recibió en brazos, también se despidió en esos mismos brazos, sin anunciar el más mínimo dolor, solo una sonrisa bastó para decirle adiós, las más hermosa que pudo haber visto Roberto. Mirándose uno al otro se dijeron adiós. Gabriel cerró los ojos, y su transición al cielo fue tranquila, y cubierta por miles de ángeles a su alrededor.

Hoy en día, Roberto se ha casado nuevamente, ha vuelto a amar, sin dejar de amar a Milagros y Gabriel, y es que en el corazón de un hombre que comprende el verdadero valor de la vida, nunca falta espacio para amar.

Él y su esposa adoptaron a una pequeña niña; pero no a cualquier niña.

Silvia fue abandonada cuando tenía 6 meses de nacida. Ahora, a sus 2 años de vida le fue detectada distrofia muscular infantil, pero en contraste posee un gran corazón para compartir. Y seguro que con los cuidados de Roberto y su actual esposa, tendrá una vida llena de amor y profundo respeto.

domingo, 21 de noviembre de 2010

En el lugar menos esperado

Sonó la alarma del celular, y un nuevo día empezó para Marco. Levantarse, ducharse, revisar su correo unos 10 minutos, tomar desayuno, era la rutina diaria, previa al encuentro con la selva de cemento que tanto lo estresaba.
Terminada la rutina en casa, esta…aún continuaba en la calle. Y Marco decidió asumir el reto una vez más como desde hace 2 años. Mismo paradero (7:20 a.m.), misma unidad de transporte. Hasta se había familiarizado con algunos rostros que lo acompañaban desde hace buen tiempo; pero con quienes nunca había cruzado palabra alguna.
Era un mañana común y corriente, como desde hace 2 años. El setenta por ciento del viaje Marco ha tenido que ir parado, cogiendo con una mano su lonchera, y con la otra el barandal del bus.
En un momento este se detuvo para que suba un grupo de gente. Esto no inmuto a Marco, pues era una escena que había visto muchas veces.
Mientras este grupo nuevo iba avanzando, Marco sintió un golpe en la espalada. Normalmente él no volteaba a ver quién lo había golpeado; porque esto era como parte del trámite que debe pasar todo viajero de bus. Pero esta vez, una dulce voz le susurro en la cabeza, y le dijo que voltee. Vio a la posible responsable del golpe, una mujer delgada y de cabello negro. Seguro ella también sintió un pequeño remordimiento, pues al momento que Marco volteó a mirarla, ella también volteó. Y sus miradas se encontraron. Ella sólo atinó a decir: “discúlpame”. Pero para Marco…para Marco la vida cambió.
Lo que él vio no fue una persona. Lo que vio fue la presencia más fidedigna de la belleza de Dios, seguro la caricia más dulce que él le había dado hasta ese momento.
Al mirarla, Marco no sintió los otros dos golpes que recibió. Ella volteó la mirada y se colocó a dos metros de él, entre dos personas más.
Su viaje generalmente duraba setenta minutos. La angustia lo empezó abordar, pues el encuentro con aquel ángel se produjo cuando ya estaba en los cuarenta minutos de viaje, y se acercaba la hora en la que él tenía que bajar del bus.
Llegó el minutos 60, y Marco, ya no sabía qué hacer. ¿Seguirla después que baje? Hacer esto correspondía a llegar tarde al trabajo, o lo más seguro, faltar al trabajo. Un lujo que no podía darse, pues ya tenía varias tardanzas. ¿Acercarme para hablarle? ¿Qué le digo? Preguntas que rondaron su cabeza por varios minutos, pero sabía muy bien que nunca lo había hecho y no lo haría.
Llegó el minuto 65 de viaje, y ella empezó a caminar hacia la puerta trasera del bus. Marco la observaba con cuidado, pues no quería hacer muy evidente su interés. Todo sucedió muy rápido, ella presionó el botón para solicitar que se detenga el bus, bajo y hacia el lado contrario de donde el bus iba. El bus avanzó y Marco se quedo mirando la puerta por donde ella había bajado. Sabía que la había perdido.
Fueron interminables las noches en las que Marco, no dejo de pensar en ella. La imagen de aquella mujer había dejado impresa una marca eterna en su corazón. Pero ¿Cuándo encontrarla nuevamente? ¿Dónde? Desde aquel día, al llegar al minuto cuarenta de su viaje, todos sus sentidos estaban alerta al grupo de personas que subían al bus; pero no hubo respuestas por mucho tiempo.
Y entonces sucedió. Un día, regresando del trabajo, sentado como pocas veces. El bus se detuvo, frente a una iglesia, en una avenida muy concurrida. Cuando Marco volteó hacia la puerta de la iglesia, puedo ver al fondo de esta al Cristo crucificado. Fue casi como planeado que él se haya sentado en ese preciso asiento, y que el bus se detenga de manera tan exacta para que Marco pueda ver esta imagen así de clara.
Cuando el bus empezó a avanzar, los ojos de Marco se abrieron de manera inesperada. Era ella, era su dulce caricia de Dios que caminaba, él la siguió con la mirada, mientras el bus iba en sentido contrario, volteó su cabeza y la siguió mirando, y pudo percatarse que ella entró a la iglesia. Sin pestañear, Marco ya se vio en la puerta del bus bajando. Y se dirigió directamente a la iglesia.
Al ingresar Marco sufrió un poco con la ligera oscuridad que ofrecía a los ojos tal sagrado recinto. Tras recuperar la visión en un cien por ciento puedo presenciar mejor el lugar. Las columnas ofrecían una exaltada grandeza hacia el celeste techo, la presencia de las imágenes eran muy penetrantes, pues tenían algo que era difícil de explicar para Marco; pero que penetraban en su ser. Se acercó al centro de la iglesia, por la derecha, y empezó a rastrear con la mirada la presencia de su dulce caricia de Dios. Fueron quince minutos de búsqueda sin resultado alguno.
Marco no se había percatado que detrás de él, había una imagen, bastante grande, de aproximadamente 2 metros. La posición en la que estaba, casi cubierta por una columna, vista desde la puerta principal, no permitía verla en su verdadero esplendor. Inclusive al acercarse, la media oscuridad del lugar no permitía verla bien. Había que estar muy cerca de ella para poder observarla bien. Algo que Marco hizo. Siguiendo nuevamente ese pequeño susurro en su cabeza otra vez.
Al acercarse, sus ojos nuevamente, como hace instantes en el bus, se abrieron en su máxima expresión. El rostro de la imagen, era el mismo rostro que él había visto hace meses atrás, aquel dulce rostro que le dijo “discúlpame”, aquel mismo rostro que, acuñado en su corazón, no lo ha dejado dormir tranquilo. Estuvo por largo rato observando la imagen, con una cantidad de preguntas, algunas cargadas con una tristeza increíble, pues sentía una perdida irremediable, y otras con una angustia muy pesada, por lo sucedido. Y no se había percatado que a un lado, casi escondida, una mujer, de rodillas, y entre sollozos permanecía ahí. Seguro rezando- se dijo Marco- cuando descubrió la escena. Y siguiendo por una tercera vez aquella vocecita en la cabeza, él se acercó a esta mujer, para preguntarle si podía ayudarla. Y al voltear ella, y encontrarse con los ojos de Marco, la vida para ambos cambió.
Ahora, dos días previos a su matrimonio con esta chica, y ya casi 3 años de aquel primer encuentro. Marco ha regresado, para agradecerle a su Santa Madre, por haberlo guiado en este duro peregrinar, en el que ha ido luchando con sus propios deseos, y prejuicios. Ahora siente más libertad, siente más fidelidad a Dios. Y reza, y pide mucho; porque su lucha, será eterna. Karen, su futura esposa, se acerca, lo toma del hombro, y ambos se funden en un sólido abrazo, lleno de esperanza. Y es en ese preciso instante, que el mismo susurro en su cabeza les dice a ambos: “El señor siempre trabaja en silencio”.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Recordando una vida nueva.

"...Y a pesar de todo esto, ahora, como el primer día y como siempre, vivo en la más absoluta ignorancia, y si alguien me preguntara cuál es el sentido de nuestra organización, yo no sabría qué responderle. A lo más, me limitaría a pintar rayas rojas en una pizarra negra, esperando confiado los resultados que produce en la mente humana toda explicación que se funda inexorablemente en la cábala."

Así terminó de leer Lucas el cuento "La Insignia" de Julio Ramón Ribeyro. Y tras dejar el libro sobre la mesa; dentro de su cabeza, como una larga cinta de fotografías, empezó a proyectarse una a una las escenas que le han tocado vivir en estos últimos años.

Recordó cómo es que se separó de aquella enamorada a la que amo tanto; porque tenía la necesidad de buscar algo que ni él mismo sabía que era. Recordó cómo es que todo lo que tenía, no alcanzaba para su felicidad.

Recordó cómo es que creyó enamorarse nuevamente, y como fue cayendo esa ilusión tras descubrir que su forma de ser no comulgaba con el pensamiento de ella.

Recordó que en esa búsqueda de no saber que, llegó a un lugar en el que se sintió bastante cómodo, una tranquilidad que pocas veces había experimentado. Recordó como su vida se fue transformando, y el acercamiento a ese algo al que él nunca hizo caso fue la base fundamental de ese cambio.

Pero recordó que a pesar de esa sensación de tranquilidad que lo embargo esos primeros meses en aquel lugar, las dudas, la angustia por una búsqueda de no sabía qué, aún continuaban, y que de deseo paso a convertirse en necesidad. Pues después de ir descubriendo ciertas cosas; en sus pensamientos, como un racimo de uva, se fueron creando una red de preguntas.

Lucas recordó que el tiempo fue pasando y su vida espiritual creyó seguir madurando. La asistencia a diferentes actividades, la misa, el rezar constantemente, la ayuda al necesitado, fueron sembrando en él ciertas dudas sobre su forma de vida. Pero recordó que a pesar de ello, su corazón aún no comprendía lo que buscaba.

Recordó que en esa búsqueda dejó aquella vida que lo había consumido tantos años, dejo las banalidades, y ciertos prejuicios para reconciliar su alma, su corazón, su cuerpo y su mente. Y en esa misma imagen se vio asumiendo responsabilidades en esta nueva vida, pero aún con un corazón en búsqueda de ese algo.

Recordó aquel primer día en que salió de aquella formación. La gente lo miraba con respeto, era muy querido, la gente lo buscaba; pero esto no se lo creyó y no lo perturbo, pues su corazón estaba limpio de ciertas cosas, pero aún con dudas.

Recordó los diferentes lugares a los que viajó, la gente que ayudó. Recordó aquel niño cuya vida se extinguió en sus brazos sin que él pueda hacer nada, y recordó todas las lágrimas que corrieron por su mejilla, y que fueron desapareciendo tras caer en el rostro de aquella inocente criatura.

Recordó la cantidad de madres que lo seguían para pedirle que el interceda para que salven a sus hijos. Y recordó que ante cada petición, una llama de amor se prendía en su corazón; porque llegó a amar con todo su ser a esa gente.

Y recordó cómo es que su corazón, aún siguiendo con sus incógnitas, que crecían cada vez más, fue descubriendo que estás se iban derrumbando cuándo reconocía el inmenso amor que él tenía a sus padres, la forma como amó a las tres mujeres de las cuales se enamoró, el amor con el que se entregó a esa nueva vida, a sus estudios, el amor con el que derramo aquellas lágrimas por aquel niño, el amor con el que ahora miraba a todas las personas que estaban a su lado. Y sobre todo, cuando recordó ese gesto de amor que tuvo una persona hace muchos años atrás, cuando dio su vida para que él pueda ser feliz.

Todo esto lo recordó Lucas mientras caminaba hacia el altar desde donde se encontraba con esta persona que entrego su vida por él, y desde donde la hace presente antes sus fieles.

jueves, 14 de octubre de 2010

Despertando a la realidad

Lucia despertó, miro a su alrededor, las luces de la sala la enceguecieron, sintió sus labios muy secos; sintió mucha sed. Una enfermera se le acerco, Lucia quiso pedir agua; pero los efectos de la anestesia no le permitieron articular palabra alguna. La enfermera, tan acostumbrada a ver los efectos de tal intervención, sabía muy bien lo que la mujer de la cama 12 quería. Se alejo por unos instantes y regresó con un vaso de agua tibia.

-Tan joven, y tener que pasar por esto-se dijo la enfermera.

Lucia volvió a mirar a la enfermera, una mujer de cabello castaño, piel clara, de unos 45 o 50 años aproximadamente, y con una evidente tristeza en los ojos. Incomprensible para la muchacha de la cama 12, quien cayó nuevamente dormida.

Todo alrededor era silencio, sólo podía escucharse los murmullos de la enfermera con otra señora, la encargada de hacer la limpieza, tal vez el trabajo más sucio que hay hecho en su profesión esta señora, lo había hecho en ese lugar. Incansables bolsas negras paseaban una y otra vez llevadas por su mano.

La muchacha de la cama 12 despertó una hora después. Esta vez se quedó mirando el techo pintado de color verde. Aquel color verde que hizo retornar a su cabeza imágenes de su niñez, la primera pijama que ella recuerda haber tenido fue verde, y que tanto le gustaba, pues se lo había regalado su padre. Pero en seguida volvió a la insensible realidad. Ya no había papá, no había pijama, y sólo estaba con una bata blanca, cuya transparencia la avergonzaba.

Lucia nunca creyó, a pesar que se lo habían dicho un sin número de veces, que las consecuencias de tal intervención producirían tan malos efectos en ella, pero pronto se daría cuenta que el dolor físico era lo menos doloroso de todo este proceso.

Un caminar cansado, cuyos zapatos eran arrastrados como si las piernas tuvieran cadenas, l terminó por volvera a la realidad. Era la señora de limpieza llevando dos bolsas negras, una en cada mano. Su andar reflejaba mucho de lo que su alma contenía, lo negro que se vislumbraba para ella el futuro era un reflejo de su parsimonia.

Lucia quiso levantarse, quiso sentarse en la cama; pero el mareo que sintió, la volvió a la cama de manera muy abrupta. Y al caer sobre el colchón, la cadena que había llevado puesta desde hace varios años salió a relucir sobre su pecho. Un cadena que tenía colgando un crucifijo.

Aquella cadena se la regalo su madre, que lo había heredado de su abuela. A Lucia, su madre le dijo que algún día comprendería porque no la dejaba salir a todas esas reuniones, hasta altas horas de la noche, o porque no la dejaba estar en la calle con sus amigos hasta pasada las once de la noche. Su madre nunca podría ver ese momento, pues había dejado a Lucia, para encontrarse con su esposo, y papá de Lucia en el cielo, hace 5 meses.

Se quedó mirando la imagen, la volteó, la siguió mirando. Sus ojos empezaron a reducirse, como si quisieran buscar algo a lo lejos. Pudo percatarse que atrás del crucifijo había algo, tal vez una mancha, tal vez una jugada de su propia visión. Al acercarse más se dio cuenta que no era nada ajeno al crucifijo. Era un texto acuñado en él:

"La paternidad es la preocupación infinita por el destino de otra persona"

Todo alrededor de Lucia se nublo. Cada uno de los dolores con los que se había despertado, no alcanzaban ni en lo más mínimo al dolor que fluyo de su ser, su respiración se volvió corta, sus oídos se volvieron sensibles a cualquier ruido, y sintió el dolor de la enfermera y lel de la señora de limpieza.

Las lágrimas no quisieron salir, su pulso se resistió a desequilibrarse, su piel se negó a cambiar de color. Todo en su exterior seguía igual.

Por momentos recuperaba la visión por completo, y por alguna razón cada vez que sucedía era para ver pasar a la señora de las bolsas negras. La vio pasar cinco veces. Y cada vez que pasaba, Lucia se preguntaba si en alguna de ellas estaría el fruto de aquel amor que ella cosecho en su corazón, y que fue rechazado, burlado y negado.