domingo, 21 de noviembre de 2010

En el lugar menos esperado

Sonó la alarma del celular, y un nuevo día empezó para Marco. Levantarse, ducharse, revisar su correo unos 10 minutos, tomar desayuno, era la rutina diaria, previa al encuentro con la selva de cemento que tanto lo estresaba.
Terminada la rutina en casa, esta…aún continuaba en la calle. Y Marco decidió asumir el reto una vez más como desde hace 2 años. Mismo paradero (7:20 a.m.), misma unidad de transporte. Hasta se había familiarizado con algunos rostros que lo acompañaban desde hace buen tiempo; pero con quienes nunca había cruzado palabra alguna.
Era un mañana común y corriente, como desde hace 2 años. El setenta por ciento del viaje Marco ha tenido que ir parado, cogiendo con una mano su lonchera, y con la otra el barandal del bus.
En un momento este se detuvo para que suba un grupo de gente. Esto no inmuto a Marco, pues era una escena que había visto muchas veces.
Mientras este grupo nuevo iba avanzando, Marco sintió un golpe en la espalada. Normalmente él no volteaba a ver quién lo había golpeado; porque esto era como parte del trámite que debe pasar todo viajero de bus. Pero esta vez, una dulce voz le susurro en la cabeza, y le dijo que voltee. Vio a la posible responsable del golpe, una mujer delgada y de cabello negro. Seguro ella también sintió un pequeño remordimiento, pues al momento que Marco volteó a mirarla, ella también volteó. Y sus miradas se encontraron. Ella sólo atinó a decir: “discúlpame”. Pero para Marco…para Marco la vida cambió.
Lo que él vio no fue una persona. Lo que vio fue la presencia más fidedigna de la belleza de Dios, seguro la caricia más dulce que él le había dado hasta ese momento.
Al mirarla, Marco no sintió los otros dos golpes que recibió. Ella volteó la mirada y se colocó a dos metros de él, entre dos personas más.
Su viaje generalmente duraba setenta minutos. La angustia lo empezó abordar, pues el encuentro con aquel ángel se produjo cuando ya estaba en los cuarenta minutos de viaje, y se acercaba la hora en la que él tenía que bajar del bus.
Llegó el minutos 60, y Marco, ya no sabía qué hacer. ¿Seguirla después que baje? Hacer esto correspondía a llegar tarde al trabajo, o lo más seguro, faltar al trabajo. Un lujo que no podía darse, pues ya tenía varias tardanzas. ¿Acercarme para hablarle? ¿Qué le digo? Preguntas que rondaron su cabeza por varios minutos, pero sabía muy bien que nunca lo había hecho y no lo haría.
Llegó el minuto 65 de viaje, y ella empezó a caminar hacia la puerta trasera del bus. Marco la observaba con cuidado, pues no quería hacer muy evidente su interés. Todo sucedió muy rápido, ella presionó el botón para solicitar que se detenga el bus, bajo y hacia el lado contrario de donde el bus iba. El bus avanzó y Marco se quedo mirando la puerta por donde ella había bajado. Sabía que la había perdido.
Fueron interminables las noches en las que Marco, no dejo de pensar en ella. La imagen de aquella mujer había dejado impresa una marca eterna en su corazón. Pero ¿Cuándo encontrarla nuevamente? ¿Dónde? Desde aquel día, al llegar al minuto cuarenta de su viaje, todos sus sentidos estaban alerta al grupo de personas que subían al bus; pero no hubo respuestas por mucho tiempo.
Y entonces sucedió. Un día, regresando del trabajo, sentado como pocas veces. El bus se detuvo, frente a una iglesia, en una avenida muy concurrida. Cuando Marco volteó hacia la puerta de la iglesia, puedo ver al fondo de esta al Cristo crucificado. Fue casi como planeado que él se haya sentado en ese preciso asiento, y que el bus se detenga de manera tan exacta para que Marco pueda ver esta imagen así de clara.
Cuando el bus empezó a avanzar, los ojos de Marco se abrieron de manera inesperada. Era ella, era su dulce caricia de Dios que caminaba, él la siguió con la mirada, mientras el bus iba en sentido contrario, volteó su cabeza y la siguió mirando, y pudo percatarse que ella entró a la iglesia. Sin pestañear, Marco ya se vio en la puerta del bus bajando. Y se dirigió directamente a la iglesia.
Al ingresar Marco sufrió un poco con la ligera oscuridad que ofrecía a los ojos tal sagrado recinto. Tras recuperar la visión en un cien por ciento puedo presenciar mejor el lugar. Las columnas ofrecían una exaltada grandeza hacia el celeste techo, la presencia de las imágenes eran muy penetrantes, pues tenían algo que era difícil de explicar para Marco; pero que penetraban en su ser. Se acercó al centro de la iglesia, por la derecha, y empezó a rastrear con la mirada la presencia de su dulce caricia de Dios. Fueron quince minutos de búsqueda sin resultado alguno.
Marco no se había percatado que detrás de él, había una imagen, bastante grande, de aproximadamente 2 metros. La posición en la que estaba, casi cubierta por una columna, vista desde la puerta principal, no permitía verla en su verdadero esplendor. Inclusive al acercarse, la media oscuridad del lugar no permitía verla bien. Había que estar muy cerca de ella para poder observarla bien. Algo que Marco hizo. Siguiendo nuevamente ese pequeño susurro en su cabeza otra vez.
Al acercarse, sus ojos nuevamente, como hace instantes en el bus, se abrieron en su máxima expresión. El rostro de la imagen, era el mismo rostro que él había visto hace meses atrás, aquel dulce rostro que le dijo “discúlpame”, aquel mismo rostro que, acuñado en su corazón, no lo ha dejado dormir tranquilo. Estuvo por largo rato observando la imagen, con una cantidad de preguntas, algunas cargadas con una tristeza increíble, pues sentía una perdida irremediable, y otras con una angustia muy pesada, por lo sucedido. Y no se había percatado que a un lado, casi escondida, una mujer, de rodillas, y entre sollozos permanecía ahí. Seguro rezando- se dijo Marco- cuando descubrió la escena. Y siguiendo por una tercera vez aquella vocecita en la cabeza, él se acercó a esta mujer, para preguntarle si podía ayudarla. Y al voltear ella, y encontrarse con los ojos de Marco, la vida para ambos cambió.
Ahora, dos días previos a su matrimonio con esta chica, y ya casi 3 años de aquel primer encuentro. Marco ha regresado, para agradecerle a su Santa Madre, por haberlo guiado en este duro peregrinar, en el que ha ido luchando con sus propios deseos, y prejuicios. Ahora siente más libertad, siente más fidelidad a Dios. Y reza, y pide mucho; porque su lucha, será eterna. Karen, su futura esposa, se acerca, lo toma del hombro, y ambos se funden en un sólido abrazo, lleno de esperanza. Y es en ese preciso instante, que el mismo susurro en su cabeza les dice a ambos: “El señor siempre trabaja en silencio”.

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